
La ocupación territorial ha estado en disputa, desde el proceso de aculturación que siginifico la colonización, hasta la subordinación tecnológica que delimita el crecimiento del pais, respecto los intereses del primer mundo. Así pues, esta transitoria ocupación con privilegios materiales para pocos ha generado segregación poblacional, espoliación social y marginalización de la integridad de las comunidades indígenas; se puede analizar como la lucha por el poder territorial desarraiga excluye confronta violentamente la integridad de los indígenas que convergen con sus costumbres en la hostil capital, para intentar revindicar por legitimidad constitucional sus derechos, ya que el estado ha mantenido el conflicto por mas de cinco décadas.
¿Ha que responde la indiferencia de los funcionarios?… Cada año siguen llegando comunidades que huyen del conflicto y precarización de sus territorios, la ocupación de los desposeídos ahora estigmatizados por ciudadanos que se identifican con ideas anacrónicas al contexto actual, no tienen mas alternativa que mendigar a los citadinos algo de su caridad, de su humanidad benevolente enraizada en su cultura católica o alternativa.
Es claro que han habido afectaciones internacionales históricas y estas continúan como un lastre enajenando la claridad que debería haber sobre el derecho al arraigo como desarraigo voluntario o por conveniencia pero no forzado, las lógicas del mercado desplazan las comunidades y los actores que se manifiestan allí como un diagrama de fuerzas, determinan la ley y el orden de distantes territorios para el control estatal. La tenencia de la tierra sigue siendo uno de los mayores tabúes colombianos porque se sigue hablando de “pobres sin tierra”, “grandes terratenientes” y se canta el viejo estribillo comunista de que “la tierra es de quien la trabaje”. Con el paso de los años, las cosas han cambiado y la respuesta a la pregunta de quién es la tierra en Colombia puede sorprender.
Estar a la expectativa de lo que planteaban los acuerdos de paz para armonizar el conflicto histórico, no parecía estar en la agenda de la posterior administración Colombiana 2018-2022, he hicieron de su antagonismo una polarización de debate con alto nivel de disociación, calumnias y especulación; cumpliendo las directrices demandantes de un personaje relevante, influyente y ambicioso, que no podría salirse de la hoja de ruta incrustada por norte américa. La vulnerable situación de las comunidades en territorios potenciales a la mega minería tendrían que aprovecharse en favor de esas relaciones «estratégicas» internacionales que derivan de los intereses de la deuda externa y privados. La deuda pública y privada llegó a US$171.954 millones al cierre de enero, con un crecimiento del 10,69 % frente al mismo mes del 2021, cuando esta ascendía a US$155.345 millones, de acuerdo con las estadísticas del Banco de la República.
Ahora que pasamos a pospandemia con rebrotes importantes en los territorios de origen en Asia, vemos con preocupación que la nueva normalidad no es mas que una continuidad de lo absurdo y depredador del sistema, ¡claro! que nos exhortan las comunidades indígenas a vivir en paz a vivir sabroso y bonito, a concebir la normalidad con el potencial ambiental, el que nos da la vida, ese que al final se vuelve tema científico anecdótico de discutir, ya que un modelo económico imperante se perpetua, socavando las riquezas naturales de las naciones, en cualquier parte del mundo que se replica el modelo su comportamiento competitivo y desleal gestiona diariamente brecha social.
las mismas comunidades que para 2020 ocuparon el barrio nueva Colombia-juan pablo-Ciudad Bolívar deambularon luego por el centro hasta terminar a día de hoy aun persistiendo a la intemperie en el parque nacional, este inmerecido karma exige soluciones concretas al estado, y este con su monolítica he instrumentalizada implementación termina dilatando o fracturando las comunidades y su proceso en la restitución de tierras; el abandono institucional refleja en los territorios su deslegitimidad caos y perdida constante de cultura.
Articulo: Maicol Ramirez.